Esta entrega, la número 51, trae a la memoria el Salmo 51, «Salmo de David, cuando después que se llegó a Betsabé, vino a él Natán el profeta». Así reza la cabecera de la versión Reina- Valera. Ningún rey de la antigüedad habría reconocido su pecado, ni se habría expresado en los términos de esta confesión penitencial. David lo hace porque es un hombre «conforme al corazón de Dios» (Hechos 13:22), que «sirvió a su propia generación según la voluntad de Dios» (Hechos 13:36). El conmovedor Salmo comienza así:
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti. (vv. 1-13).
El Salmo no deja lugar a la soberbia o la superioridad. El apóstol Pablo, consciente como nadie de su propia indignidad, y conocedor como nadie de la inmensa gracia de Dios, escribió en demoledora sentencia: «Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo» (Romanos 2:1). «¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:9-10).
La solución a nuestro dilema ocupará el último artículo de esta serie.
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COMENTARIOS DE LOS LECTORES: 1
22/05/2020 Una reflexión brillante, con una introducción breve, profundamente sabia y realista que pone en contexto la persona y la conducta de David, un salmo de confesión del propio David único, revelador de lo que es el ser humano y su relación con Dios y un final poderoso, difícil de asumir pero necesario hacerlo para encontrar la senda de la vida y de la salvación.
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