por S. Stuart Park
El 700 aniversario de la muerte de Dante Alighieri (1265-1321), uno de los poetas más importantes de la literatura universal, ha sido celebrado en todo el mundo, y de modo especial en su Italia natal.
He leído que hay ciudadanos italianos que lloran de emoción al leer
La Divina Commedia, su obra cumbre, y que algunos, incluso, aprenden sus 14.233 versos de memoria. El poema consagró el dialecto toscano como idioma italiano, cumpliendo así el sueño de Dante de una lengua unificada, de ahí que se le considere como el padre del italiano.
Para Jorge Luis Borges,
La Divina Commedia era «el mejor libro que la literatura ha logrado», y T.S. Eliot dijo que «Dante y Shakespeare se dividen el mundo entre ellos. No hay un tercero». Su valor no reside en su teología, huelga decir, ya que su visión del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso son plenamente medievales, y el suplicio que eternamente soportan los infelices parece sacado de un manual de tortura, salvado por la belleza del lenguaje y las agudas observaciones morales del poeta.
Confieso que, tras varios intentos a lo largo de los años, me ha costado entrar en
La Divina Commedia, y aunque parezca trivial, me han ayudado a disfrutar del poema épico de Dante las metáforas tomadas del mundo de las aves, que amenizan la descripción del mundo del desespero que, para Dante, está reservado para los impenitentes.
Su evocación forma un nostálgico contraste con la amargura del Infierno, y del Purgatorio del que logran escapar los penitentes, y la portentosa imaginación de Dante se sirve de aves como la paloma, el pato, la cigüeña, el águila, el ruiseñor, y el halcón. Para muestra, este botón (
Inferno, Canto V):
Entendí que merecen tal tormento
aquellos pecadores que, carnales,
someten la razón al sentimiento.
Cual estorninos, que en los invernales
tiempos vuelan unidos en bandada,
acá, allá, acullá, por vendavales
la turba de almas malas es llevada,
sin esperanza ̶ que les preste aliento ̶
de descanso o de pena aminorada.
Y cual grullas que cantan su lamento,
formando por los aires larga hilera,
se acercaron así, con triste acento,
sombras que aquel castigo allí trajera (…).
En otra ocasión, tal vez, comentaremos otros aspectos de la obra maestra de Dante (quien avisa no es traidor), entre ellos, las múltiples alusiones bíblicas que dan fe de su profundo conocimiento del texto sagrado. Mientras tanto recordaremos otro gran poema épico, de contenido muy distinto, el
Paraíso perdido de John Milton.