por S. Stuart Park
El concepto del
Theatrum mundi, que proviene del mundo clásico, llegó a convertirse en un tópico en la literatura europea, con presencia en autores como Lope de Vega y Quevedo entre otros muchos. En el auto sacramental
El gran teatro del mundo, obra del sacerdote y dramaturgo Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), Dios es quien escribe el guion y, después de finalizada la acción, reparte premios y castigos según los méritos de cada cual.
En boca de otro personaje shakespeariano, Macbeth, el asunto se ve de otro color:
La vida no es más que una sombra que camina,
un pobre jugador que se pavonea y se agita durante su hora en el escenario
y luego no se oye más.
Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia
que no significa nada.
Al echar la vista atrás, soy consciente de una Providencia que ha guiado mis pasos, pero no de un Destino que haya anulado mi propia voluntad o condicionado mi libertad. Factores ineludibles como la herencia genética o el trasfondo religioso y cultural han jugado un papel, sin duda, pero no me he sentido coaccionado o manipulado como si fuese un títere o un ente de ficción, aunque muchas veces me he visto necesitado de orientación y ayuda.
Las vivencias que relataré transcurren desde los primeros años en el seno de la familia en Preston; la niñez en mi ciudad natal y el pueblo cercano de Longridge; la adolescencia en el Preston Grammar School y las vacaciones familiares; los estudios en Cambridge y los veranos pasados en España; los cuatro años vividos en Nueva York y Philadelphia; y nuestra residencia desde 1976 en Valladolid.
La vida trae recuerdos, y también olvidos, a veces deliberados, omisiones tan obligadas como dolorosas, y comparto la confesión de Antonio Machado: «mi historia, algunos casos que recordar no quiero». La memoria es selectiva de por sí, y tras la criba imprescindible me he centrado en aquellas vivencias que puedan remover recuerdos de antaño en mis lectores, e invitar a la reflexión.
La vida no se presenta serena y soleada siempre, y la experiencia espiritual de las personas sufre, a menudo, un punto de inflexión que conduce a la fe firme, o al abandono de creencias mantenidas previamente.
Comenzaré, dando un pequeño salto en el tiempo, con los recuerdos del nacimiento de nuestros cuatro hijos, en Nueva York, en Pennsylvania, en Inglaterra y en Valladolid.