Nuestra incultura Las siete edades del hombre (19). Adolescencia.
por S. Stuart Park Valladolid, 06 de Octubre de 2023
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Lago Ness |
No hay que creer todo lo que se dice y aunque la negativa opinión del director respecto de nuestra incultura tenía algo de verosimilitud, algún rayo de luz iluminaba de vez en cuando nuestras tinieblas, por ejemplo, cuando viajamos en autocar por la autopista M6 que unía Preston con Birmingham —la primera que se inauguró en el Reino Unido— para asistir a la representación de Hamlet en Stratford-Upon-Avon en 1960.
Recuerdo vívidamente la primera escena cuando aparece el fantasma del padre de Hamlet, y nos impresionó a todos el trabajo del actor escocés Ian Bannen en el papel principal; a todos menos a Mr. Holmes, el profesor qua nos acompañó (Sherlock le llamábamos), a quien le pareció una actuación más bien deficiente. Ian Bannen murió en un accidente de tráfico cerca del Lago Ness en su Escocia natal a los 71 años, no sin haber ganado un Óscar por una de las películas que protagonizó. Sic transit gloria mundi habría dicho con un suspiro nuestro malogrado profesor de latín y, siguiendo el leitmotiv de estas reflexiones, con aquel percance el papel que desempeñó en el gran escenario del mundo había terminado para siempre.
En nuestras clases de literatura inglesa Mr. Holmes intentó, sin éxito, instruirnos en el arte de la interpretación, y en una ocasión se quedó profundamente dormido mientras leíamos Macbeth en voz alta. A un compañero le tocó el desgarrador grito de Macduff al descubrir el cuerpo de Duncan, asesinado por el usurpador Macbeth: ¡O, horror, horror, horror! con una entonación tan falta de emoción que todos nos partimos de risa.
Otra excursión cultural fue la que organizó el profesor de francés, Mr. Clarke (Nobby entre nosotros) para presenciar una obra de Molière, Le médecin malgré lui. Confieso que la comedia no me hizo gracia, para disgusto del profesor, que la encontró desternillante. (Años después descubriría la grandeza de los autores franceses, y ahora siento cierta vergüenza por mi evidente falta de cultura a la sazón). Hablando de Francia, el colegio organizaba cada año una estancia en la bellísima ciudad de Nîmes, hermanada con Preston, pero nuestra economía familiar no me permitía participar.
El profesor de música, mientras tanto, que llevaba pajarita y abominaba de los Beatles y los Rolling Stones, se desesperaba ante nuestra falta de interés por las melodías tradicionales que tanto le gustaban. Era de Cornualles y su apellido nos sonaba algo así como Tra-la-la.
Mi propia introducción a la música clásica vino de manera fortuita, cuando un vecino melómano me prestó un disco de vinilo de 78 rpm para estrenar el tocadiscos que mis padres habían comprado: el Concierto para Violín de Félix Mendelssohn, que me cautivó y cada vez que lo escucho en la radio recuerdo aquel pequeño acto de generosidad.
La única composición que oíamos en casa era el Mesías de Händel, como tendré ocasión de comentar en la próxima entrega.
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