El monumento a Castelar Las siete edades del hombre (27). Juventud.
por S. Stuart Park Valladolid, 01 de Diciembre de 2023
|
El monumento a Emilio Castelar |
La sede de Operación Movilización en Madrid ocupaba una casa grande en alquiler en el número 18 de la calle Pintor Moreno Carbonero, un oasis de tranquilidad a la que se accedía desde la bulliciosa calle Cartagena que bajaba a la Plaza de Toros en Las Ventas.
A partir de 1965 y a lo largo de los seis veranos siguientes, entrábamos en Madrid con los grupos de jóvenes internacionales que nos dedicábamos a la distribución de literatura en diferentes puntos del país. Después del largo viaje en furgoneta desde Zaventem en Bélgica, los conductores pronto descubrieron que para llegar a la casa se giraba a la izquierda en la glorieta de Emilio Castelar en el Paseo de la Castellana, por lo que la imponente figura del célebre orador presagiaba el final de un viaje que en aquellos tiempos duraba más de veinticuatro horas.
El primer obstáculo consistía en sortear París, normalmente en hora punta, una operación facilitada por el Boulevard Periférique que rodea la capital francesa, con salida hacia el sur por la Porte de Montreuil, si no recuerdo mal. Lo más bonito del trayecto era la ruta por el valle del Loira en su paso por Blois, Orléans y Tours, con sus hermosos châteaux y puentes sobre el río.
En aquel entonces se transitaba por carreteras nacionales lo que permitía paradas frecuentes para tomar un descanso y comer. El menú consistía en sándwiches de crema de cacahuete o mermelada de fresa que llevábamos en latas de tamaño industrial. Se ve que no habíamos descubierto todavía las delicias del bocadillo de jamón serrano o de chorizo.
Solíamos entrar en España de noche por Irún, con la esperanza de que los agentes de Aduanas no inspeccionaran nuestras cajas de Biblias, y de algún que otro susto he hablado en una ocasión anterior. Los conductores calculaban el nivel de combustible para llenar el depósito nada más cruzar la frontera, lo mismo que miles de ciudadanos de la zona de Bayona y St. Jean de Luz que encontraban precios mucho más baratos que en Francia.
Viajábamos en las furgonetas VW típicas de los años 60, aunque de vez en cuando nos obsequiaban con algún vehículo de otra marca, normalmente cercano al final de sus días, todo hay que decirlo. En una ocasión nos donaron un antiguo taxi londinense, de esos que tenían un hueco en el lado delantero izquierdo donde se colocaban las maletas. En una ocasión nos multó la Guardia Civil por faltarnos una puerta según constó en la denuncia. En otra ocasión doña María Bolet, una dama cubana que dirigía un centro de estudios bíblicos en La Granja de San Ildefonso nos regaló un viejo Saab. Desafortunadamente nuestro mecánico decidió probar su límite de velocidad bajando de la sierra, y se cargó el motor antes de llegar a Madrid.
Con todo, a pesar de los miles de kilómetros recorridos, no sufrimos ningún accidente digno de mención, y recuerdo aquellos viajes con nostalgia y cierta satisfacción. Eran tiempos de juventud cuando ningún esfuerzo parecía excesivo, y se podía acometer cualquier tarea con entusiasmo y energía. ¡Qué tiempos, aquellos, y qué lejanos ya!
Lecturas de este Artículo: 239
Si desea participar con su opinión sobre los Artículos del Blog, debe registrarse como usuario. Gracias. |
|