por S. Stuart Park
El que envejece pronto es porque quiere, mejor dicho, porque no quiere vivir, porque es incapaz de esforzarse frenéticamente en vivir. (…) Pero cuando esta prolongación de la juventud es ya imposible, aún cabe decidirse bellamente por la gran generosidad y, ya que no se puede vivir la nueva vida que viene, alegrarse de que otros la vivan, querer que el porvenir sea distinto de nosotros, estar resuelto a la aventura de dejarle su novedad invasora, su juventud».
La cita es de José Ortega y Gasset, y la traigo a colación por encontrarse en uno de los volúmenes de sus Obras Completas que me obsequió Gloria, la hija del gran admirador del filósofo madrileño que fue Juan Solé Herrera, cuya vida ejemplificó el espíritu que evoca Ortega, y que me ha hecho revivir el tiempo que pasé con él en los meses antes de su muerte.
En la primavera de 1992, si no me falla la memoria, los Grupos Bíblicos Universitarios de Madrid me invitaron a dar una charla a las ocho de la tarde, y Juan se ofreció a acompañarme al lugar de la reunión. Noté que al bajar del coche daba muestras de dolor, una circunstancia que él atribuía a un ataque de ciática. Le recuerdo sentado en la primera fila, tomando apuntes como un estudiante más, su rostro iluminado por aquel amor a la Palabra que le caracterizó siempre. Lo que no se sabía era que padecía un cáncer que en pocas semanas acabaría con su vida.
Una de mis mayores satisfacciones fue el que mi primer libro,
Desde el torbellino, un estudio devocional del libro de Job, le sirviese a Juan de ayuda espiritual y consuelo. Tras su partida, su hija Gloria me entregó el ejemplar que su padre había anotado, con interesantísimos comentarios y observaciones, y lo guardo como un tesoro.
Poco antes de su partida le pregunté qué sentía en el umbral de la muerte un hombre que disfrutaba tanto de la vida como él:
«Bueno, pues, una gran expectación… no con mucha más expectación que antes, pero sí desde otra intensidad. Es como si el niño, sin dejar de ser el mismo niño, se haya vuelto un poco más formalito. Pero, sobre todo, es la gran esperanza de verle, de verle al Señor, sí».
Son palabras que resumen el espíritu siempre joven de un hombre culto y afable, gran conocedor de la Palabra, referente como intelectual y como creyente para muchos. El pasado año su hija Gloria me llamó emocionada desde el hospital para despedirse, enferma también de cáncer, y así se cerró para ella también, tan amigable y generosa como su padre, el último capítulo de la vida antes de pasar a la por venir. Les recuerdo aquí con emoción y gratitud.