por S. Stuart Park
Mi amigo Sirio Sobrino Madejón tendría 74 años ahora si su vida no hubiese sido truncada por un cáncer en 2008, una pérdida que aún hoy me cuesta asimilar. Natural de Fuente de Santa Cruz en la provincia de Segovia, estudió Químicas en la Universidad de Valladolid, aunque por circunstancias familiares tuvo que abandonar la carrera a falta de un par de asignaturas, y se dedicó a la profesión de corredor de seguros.
Sirio era cetrero y conocía el mundo de las aves como pocos. Era también un profundo conocedor bíblico, que había leído la Biblia muchas veces de principio a fin, y su amor por los pájaros y por la Biblia propició entre nosotros una entrañable amistad. Salíamos al campo cerca de Valladolid para buscar nidos, cazar con su azor, o leer el texto sagrado en uno de los pinares donde se sabía los nidos del águila calzada, el milano y el gavilán. El domingo, 8 de junio de 2008 a las 2.34 am escribió en un ‘post’ para sus amigos cetreros:
«El viernes 23 de mayo después de realizarme una resonancia magnética me dieron como ya sabéis una mala noticia: tenía una metástasis importante y debía ingresar urgentemente para ponerme en manos de los oncólogos. El médico que me dio esta noticia es buen amigo mío y le noté muy afectado, lo que me hizo pensar que no era una broma lo que me había escrito en aquel papel. Y si era cierto, ¿qué iba a pasar ahora? No se trataba de la muerte de otros. Ahora me tocaba a mí. Caramba, caramba».
La primera manifestación de su enfermedad que presencié fue muy parecida a la de Juan Solé. Sirio había acudido al Colegio Internacional con Marutxa, su azor favorito, y sintió un dolor agudo que atribuyó a un ataque de ciática. Se marchó a Urgencias para que le pusieran una inyección. Volvió para enseñar su pájaro a los escolares asombrados por la presencia de tan impresionante rapaz, y con la sonrisa que iluminaba su rostro cuando hablaba de cetrería, cumplió con su compromiso. Me contó un día el origen de su fe:
«Cuando tuve que dejar la carrera de Químicas, ya era ateo. No obstante, salía al campo por la noche para ver las estrellas y pasaba horas tratando de explicar de dónde vino todo esto, de cómo explicar un mundo sin Dios. Estaba en el filo de una navaja. Conocí un día a un hombre, ciertamente bastante raro, que me dijo que leyera la Biblia. Y así empecé y me incliné poco a poco por el lado de la fe. La vida de Jesús me cautivaba, y leí y releí el Evangelio. Me conmovía la historia de la pasión».Los cielos cuentan la gloria de Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día,
Y una noche a otra noche declara sabiduría.
(Sal. 19:1).
Cuando leo estas palabras del salmista, me acuerdo de mi amigo.