por S. Stuart Park
El Buen Samaritano «fue movido a misericordia» cuando vio al hombre que yacía malherido al lado del camino, un sentimiento enteramente característico del propio Jesús, por lo que es inevitable pensar que el protagonista de la parábola representa, a su manera, la misión de Cristo en el mundo. No sorprende, por tanto, que una expresión parecida haya revelado el sentir de Jesús frente a las necesidades de la gente:
«Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mt. 9:36).
El simbolismo pastoril en la Escritura rezuma delicadeza, la ternura que Isaías atribuyó al Mesías venidero:
«Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas» (Isaías 40:11). Jesús mismo se identificó con las palabras del profeta, y declaró:
«Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen» (Jn. 10:14)
Fray Luis de León, en su gran obra
De los nombres de Cristo, que comenzó a escribir en la cárcel inquisitorial de Valladolid en 1572, retrató con admiración al Príncipe de los pastores, Jesús:
«…su gobierno no consiste en dar leyes ni en poner mandamientos, sino en apacentar y alimentar a los que gobierna. (…) Y es propio de su oficio recoger lo esparcido y traer a un rebaño a muchos, que de suyo cada uno de ellos caminara por sí. (…) Veamos, pues, ahora si Cristo tiene esto, y las ventajas con que lo tiene; y así veremos cuán merecidamente es llamado Pastor. Vive en los campos Cristo, y goza del cielo libre, y ama la soledad y el sosiego; y en el silencio de todo aquello que pone en alboroto la vida, tiene puesto Él su deleite».
Cristo conoce a sus ovejas, con sus necesidades y su tendencia a extraviarse, las busca y las cuida. Simón Pedro, aquel que negó por tres veces a Jesús en un momento de debilidad, recibió esta triple encomienda por parte del Señor:
«Apacienta mis corderos»;
«Pastorea mis ovejas»;
«Apacienta mis ovejas» (Jn. 21:15-17).
Pedro había aprendido por sus propios fracasos la vulnerabilidad de los tiernos corderos y la tendencia de errar de las ovejas, y desde la madurez dio este sabio consejo:
«Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria» (1 P. 5:2-4).
Concuerda con él el apóstol Pablo: no hubo lugar para la dureza o la prepotencia en su trato con los demás:
«…fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos»
(1 Tes. 2:7-8).