por S. Stuart Park
Con este apunte Pablo se refirió a la venida al mundo de Cristo (Gálatas 4:4), un detalle aparentemente superfluo, pero plenamente significativo ya que Jesús no descendió del cielo en una nube ni se presentó en el Templo como Mesías, sino nació en un pesebre y conoció la ternura de una madre y el arropamiento y protección de un padre en los primeros compases de su vida.
La escena de la Natividad es entrañable y ha proporcionado imágenes imborrables que han cautivado la imaginación del mundo. Una nueva estampa pastoril acogió el anuncio del nacimiento del Hijo de Dios:
«Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían:
¡Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!».
(Lc 2::8-14). Podría pensarse que se trata de una visión sentimental ajena a las miserias que acompañan al ser humano en el mundo, pero no tardando mucho la Sagrada Familia se vería obligada a huir de la saña asesina de Herodes, una espada traspasaría el alma de María tal como profetizó el anciano Simeón (Lc. 2:35), y la Pasión y muerte de Cristo rompería su corazón.
Mirando atrás, resulta claro que la aparición de los ángeles no obedeció a un afán de crear la atmósfera folclórica en que se ha convertido la historia de la Navidad, sino que formaba parte de un designio providencial largamente preparado por Dios. Jesús nació en Belén no porque sus padres así lo quisieran, sino en obediencia a un edicto de Augusto César que dio cumplimiento involuntario a una profecía antigua (Mt. 2:6).
La vida de Jesús fue arropada y protegida no solo por el cuidado amoroso de sus padres humanos sino por el Dios de las alturas, que conocía cada latido del corazón de María, siguió de cerca las inquietudes de José, y veló por las necesidades de su hijo.
Isaías retrató con hermosas imágenes el rostro amable de Dios:
«¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti» (Is. 49:15) —dijo el Señor en referencia a su pueblo—; «Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros».
(Is. 66:13). Una bella promesa ayer, hoy y siempre.