Voces lejanas Quid pro Quo. Los cuatro rostros del Amor (17). Amistad.
por S. Stuart Park Valladolid, 20 de Septiembre de 2024
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Benjamín Britten |
De nuestra estancia en los Estados Unidos entre 1971 y 1976 guardo un recuerdo muy grato y con algunas de las personas que nos brindaron su amistad en aquel tiempo seguimos en contacto, por email o por WhatsApp según los casos, hasta hoy.
Pasamos primero unos meses en Castile, el pueblo neoyorquino donde a la sazón vivía Martha, la madre de Verna, y unos vecinos, Bruce Fountain y su esposa Karen, nos acogieron con cariño.
Los lunes por la noche se transmitía un partido de la NFL (la tradición sigue) y Bruce nos invitaba a cenar mientras veíamos el espectáculo deportivo que es el fútbol americano. Tal vez nada evidencia con mayor claridad la diferencia entre la mentalidad norteamericana y la británica que la manera en que ellos adaptaron nuestro rugby para convertirlo en un deporte apasionante seguido por millones de espectadores dentro y fuera del país. En el rugby, como todo el mundo sabe, un pase hacia adelante constituye una falta, cosa a todas luces incomprensible, y no es extraño que el largo pase de 30 ó 40 metros por parte del quarterback se haya convertido en una de las jugadas más espectaculares del deporte.
Bruce era profesor de matemáticas en el instituto local. Un hombre corpulento con un apetito prodigioso, nos invitó a asistir a una obra teatral en la vecina y muy cultural ciudad de Rochester donde se representaba el Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare (o así lo había entendido Bruce). En realidad, se trataba de la ópera homónima de Benjamin Britten escrita en 1960. Tal fue la decepción de nuestro amigo que en el intervalo dijo: «Invito a pizzas si nos podemos marchar ahora». Así hicimos y él devoró la mitad de una enorme pizza mientras lamentaba su error.
En las postrimerías de la vida de Martha, Buce cuidó de ella y se encargó de sus asuntos hasta su muerte como si fuese su propia madre. Ya jubilado, él mismo falleció hace unos años en Florida en la casa donde pasaba el invierno junto con su esposa, y pudimos ver a Karen en un reciente viaje por el país.
Nuestro tiempo en Castile coincidió con un período de oscuridad en mi propia vida, como muchos de mis pacientes lectores sabrán, y el tipo de amistad que me ayudó fue el que me proporcionó Bruce Fountain. Era un hombre pragmático, tesorero de la iglesia a la que asistíamos, no dado a una espiritualidad exacerbada ni a florituras sentimentales o exquisiteces, pero me vino bien su interés por los deportes y pasamos horas juntos jugando al ping-pong, hiciera frío o calor, y en alguna ocasión con una nevada profunda afuera y las temperaturas bajo cero durante días.
He recordado en algún lugar que el poeta William Cowper, un creyente tan melancólico como piadoso, cuando cayó en depresión solo encontró alivio cuidando de los pájaros que las gentes del pueblo le llevaban, y le he entendido perfectamente.
Son voces distantes que me siguen haciendo bien tantos años después.
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