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QUID PRO QUO. LOS “CUATRO ROSTROS” DEL AMOR      

      ¿Quién me ha puesto sobre vosotros?
            Quid pro Quo. Los cuatro rostros del Amor (48). El Amor divino.

por S. Stuart Park

    Valladolid, 25 de Abril de 2025

Testamento
 

El usurpador no necesariamente accede a un puesto de responsabilidad de manera ilícita —puede haber sido autorizado para ocuparlo legalmente— sino que se aprovecha de su posición en beneficio propio. Un breve relato bíblico nos permite observar la manera en que Jesús interpretó su propio concepto de legítima autoridad en el mundo:
«Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios» (Lucas 12:13-21).
El hermano del incidente es anónimo, y Jesús le responde diciendo: «Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros?». El anonimato del interlocutor es significativo: representa a todo ser humano, a cualquiera. Acudió a Jesús porque vio en él un «juez y partidor» en lo moral y espiritual. Y lo es. Cristo es Señor de la Historia, el Legislador del Universo, y Juez y Partidor de la herencia eterna, pero no usurpará nuestra legítima responsabilidad en las decisiones terrenales que habremos de tomar libremente a lo largo de nuestra vida en el mundo.

El usurpador, en cambio, aspira a controlar la conciencia de sus acólitos y seguidores, dictar sus normas y moldearlos a su imagen y semejanza. Pablo conoció este fenómeno, perenne en la historia de las iglesias, y rogó a los corintios «por la mansedumbre y ternura de Cristo» (2 Co. 10:1) que recapitulasen: «Pues toleráis si alguno os esclaviza, si alguno os devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se enaltece, si alguno os da de bofetadas» (2 Co. 11:20).

Muy otra es la manera de ser de Cristo. No forzará la puerta de nuestras vidas y tan solo nos invita a reflexionar sobre su persona, sus valores y su enseñanza. A su anónimo locutor, alterado por la disputa sobre una herencia familiar, le contó una parábola sobre la necedad de fiar todo a la riqueza material. Si hubiera lugar para una denuncia o pleito ante un juez, el hermano estaría en su legítimo derecho de llevarlo a cabo como cualquier ciudadano de a pie, pero que no antepusiera el afán de riquezas al bienestar eterno de su alma.

No, Cristo, no usurpará nuestro derecho ni nos obligará a tomar partido por él. A veces se presenta como el Deus absconditus, y en la próxima entrega nos preguntaremos por qué.


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