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«LA FE DEL CARBONERO».       

      Los vituperios de Cristo
            La fe del carbonero (50)

por S. Stuart Park

    Valladolid, 15 de Mayo de 2020

Un olivar
 

Tan fácil resulta enumerar los éxitos de David como catalogar sus fracasos, y, puestos en la balanza, sus errores y faltas parecen pesar más que sus virtudes. Documentar los vituperios que cayeron sobre David en vida, y el enjuiciamiento negativo de su conducta por muchos lectores después, sería tan arduo como penoso.

Desde los primeros compases de su historia la motivación de David fue cuestionada. El brillante episodio de su triunfo sobre Goliat no le libró de la descalificación de su hermano mayor, que le espetó: «Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido» (1 Samuel 17:12-28). La calumnia lanzada por Eliab marcó el inicio de un duro trato que recibiría David a lo largo de su carrera.

Amado por el pueblo, David granjeó la envidia de Saúl y vivió muchos años como fugitivo para escapar de la saña asesina del rey. Muerto este, David consolidó su reino con eficacia, antes de sufrir una cadena de desgracias familiares, colmadas por la usurpación del trono por su propio hijo Absalón.

La caída en desgracia de David ocupa la parte más sobrecogedora de su historia. Su pecado con Betsabé, el asesinato político de Urías, la usurpación de Absalón y las lágrimas del rey mientras subía la ladera del Monte de los Olivos camino del exilio, marcan un punto de inflexión del que nunca se recuperó, y por paradójico que pueda parecer, su reacción y arrepentimiento, la manera en que asumió las consecuencias de sus actos, revelan la verdadera espiritualidad de un hombre íntegro delante de Dios.

A pesar de su presencia pública, David era un hombre solitario que vivió intensamente el rechazo y la incomprensión. Conocemos este aspecto a través de los muchos salmos en los que dio cuenta del estado de su conciencia y de su corazón. En estos salmos la experiencia de David coincide con la de Cristo, y muchos de ellos son citados en el Nuevo Testamento en relación con la experiencia del Señor. Ejemplo de ello son los Salmos 22 y 69, recordados por Cristo en la cruz.

«Tú eres el hombre» le dijo Natán (así literalmente) cuando le confrontó por su pecado, y sus palabras encuentran eco en la exclamación de Pilato ante la multitud que pedía a voces la muerte de Cristo: «¡He aquí el hombre!» Las expresiones están ligadas. David representa al hombre venido a menos; Jesucristo encarna al Hijo del Hombre que murió por los pecados del mundo. Así es el hombre; así somos todos. Así es la misericordia de Dios; así es la Salvación de Cristo.

Hay quien desprecia a David por sus pecados, pero deberíamos mostrar cautela a la hora de enjuiciar su conducta. Tras la muerte de su hijo rebelde David lloró, y su llanto descubre un amor de padre que nos acerca al corazón de Dios. «¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! −clamó David− ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!» Estas solas palabras retratan a David como un hombre tan pasional como sacrificado, y colocan su nombre en lo más alto de los héroes de la fe.


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COMENTARIOS DE LOS LECTORES: 1

15/05/2020
            Muchas gracias Stuart,
Rico y profundo en contenido bíblico, en percepción personal y espiritual, sintetiza la grandeza y la pequeñez del ser humano, y lo pone en la perspectiva única y majestuosa de la obra de Cristo.
Un acercamiento a David y su vida que edifica de forma sana y realista nuestras vidas, que ahonda nuestra relación con Dios, con otros y la percepción de otros.
Un fuerte abrazo,
Francisco.
Francisco MIRA MOYA
Pastor EEBG
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