por S. Stuart Park
En un célebre soliloquio pronunciado en
Como gustéis, la comedia que William Shakespeare publicó en 1599, el melancólico Jacques compara las etapas de la vida del hombre con los siete actos que representa en el gran teatro del mundo:
Todo el mundo es un escenario,
Y todos los hombres y mujeres meros actores;
Tienen sus salidas y sus entradas;
Y un hombre en su tiempo interpreta muchos papeles,
Sus actos son siete edades.
Las siete edades son, según el guion de Jacques, infancia, niñez, adolescencia, juventud, madurez, vejez, senilidad y muerte. A nosotros nos falta la séptima, que no ha llegado aún, aunque el horizonte se acerca de manera inexorable, el último capítulo que está por escribir y que esperamos no vaya precedido por la segunda infancia, para bien de propios y extraños.
La visión de Jacques es pesimista: la vida del hombre, según él, acaba en el «mero olvido», la no-existencia después de la muerte. Esta desalentadora perspectiva contrasta marcadamente con la esperanza cristiana, que contempla nuestra séptima edad como un portal. Para el salmista inspirado, después de morir «volamos», una expresión ciertamente esperanzadora para quienes a estas alturas de la vida encuentran dificultoso levantarse del sillón o cruzar la calle:
Los días de nuestra edad son setenta años;
Y si en los más robustos son ochenta años,
Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo,
Porque pronto pasan, y volamos.
(Salmo 90:10).
Superados con creces los setenta años del Salmo, no exentos de molestias y trabajo pero con suficiente fortaleza como para mantenernos activos y con ilusión, escribimos desde el otero privilegiado que proporciona nuestra avanzada edad.
La tarea no es fácil. Los recuerdos llegan borrosos, a veces, y con el paso del tiempo el perfil de los sucesos que han marcado nuestro camino pierde su nitidez. Por ello, acudiremos a otras historias, también, las de personajes bíblicos y seculares, para aprender sus lecciones y mantener las nuestras en perspectiva.
La vida trae encuentros y desencuentros, alegrías y amarguras, éxitos y fracasos que forman parte del bagaje personal de todo ser humano. En cuanto a los recuerdos propios, trataré de ser objetivo, consciente de que la historia se puede falsificar.