La historia se puede falsificar Las siete edades del hombre (2). Introducción.
por S. Stuart Park Valladolid, 09 de Junio de 2023
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El David de Miguel Ángel |
La realidad se puede ocultar, como fue el caso del párroco francés Jean Meslier (1664-1729) quien, en las memorias que redactó para ser publicadas después de su muerte, reveló que durante todo su ministerio sacerdotal había sido ateo; o como el escritor y traductor norteamericano Frederic Prokosh (1906-1989), que se jactaba de que, a sus sesenta años nadie había logrado conocer su verdadera personalidad:
«Mi vida real (¡si es que alguna vez me atreviera a escribirla!) ha transcurrido en la oscuridad, el secreto, los contactos fugaces y las delicias incomunicables, cualquier cantidad de extrañas escapadas picarescas e incluso crímenes, y no creo que ninguno de mis "amigos" tenga ni la más remota idea de cómo soy realmente o tenga idea de en qué ha consistido mi vida. Con toda la “respetabilidad” superficial, diplomática y erudita e ilustres contactos sociales, mi vida real ha sido subversiva, anárquica, viciosa, solitaria y caprichosa».
En 1983 Prokosh publicó Voces: una Memoria, un registro de sus encuentros con los principales escritores y artistas del siglo XX. En 2010 se demostró que el libro era casi enteramente ficticio y que formaba parte de un extenso engaño. Con todo, su brutal confesión evidencia mayor veracidad que las historias bañadas en la rosada luz de la hagiografía, y aunque haya ocultado los detalles de su vida «subversiva, anárquica, viciosa, solitaria y caprichosa», no se requiere mucha imaginación para adivinar en qué podían consistir.
La historia se puede falsificar. El poeta escocés Norman Cameron (1905-1953) pasó tiempo trabajando y viajando por la Europa continental. Mientras estaba en Alemania, a principios del régimen de Hitler, presenció un incidente que lo conmocionó y marcó el resto de su vida: vio matar de hambre a los reclusos de un campo de concentración atormentados por los habitantes locales, que arrojaban pan para que cayera justo fuera del alcance de los presos. En consecuencia, repudió las afirmaciones alemanas posteriores de que la mayoría de la gente seguía ignorando lo que estaba sucediendo dentro de los campos de la muerte.
La historiografía bíblica ocupa el polo opuesto. Los protagonistas del texto sagrado son hombres y mujeres de carne y hueso, y los narradores no esconden sus defectos ni caen en sentimentalismos al registrar sus azarosas vidas, ni disculpan las graves incongruencias de su conducta, tanto personales como colectivas.
El ejemplo máximo se encuentra en el rey David, «probablemente la mayor representación narrativa de la antigüedad de una vida humana que evoluciona lentamente a través del tiempo, moldeada y alterada por las presiones de la vida política, las instituciones públicas, la familia, los impulsos del cuerpo y el espíritu y la triste decadencia final de la carne» (Robert Alter, en The David Story).
La entidad moral y espiritual de David ha sido sometida a un escrutinio sin precedentes y sus defectos y sus virtudes, sus errores y sus aciertos constituyen un retrato certero del ser humano en su gloria y en su miseria, y con su imperiosa necesidad de misericordia y redención.
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