INFANCIA Las siete edades del hombre (4)
por S. Stuart Park Valladolid, 23 de Junio de 2023
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Rydal Water |
Ninguna imagen hay más apacible o entrañable que el rostro de un bebé recién nacido dormido en los brazos de su madre, y cualquiera que la contempla no podrá evitar una sonrisa cómplice en presencia de la diminuta figura arropada por quien la ha dado a luz y siente un gozo inefable tras largos meses de espera, no exenta de incomodidades y dolor.
El momento del parto es a veces azaroso e implica también, cómo no, al padre de la criatura, que espera ansioso en el pasillo del hospital o, si la autoridad sanitaria lo permite, presencia el nacimiento del bebé in situ. No puedo olvidar mis propias experiencias al respecto, variadas según las distintas circunstancias del nacimiento de los cuatro hijos que Dios nos ha concedido.
La primera, Elizabeth Mary, vio la luz el día 2 de febrero de 1972 en la ciudad de Warsaw en el Estado de Nueva York. No se me permitió presenciar el parto, y hubo que esperar largas horas en una sala anodina de paredes de color gris, hasta que se produjo el feliz alumbramiento. Después de admirar la diminuta figura de nuestra hija, y el rostro radiante de su madre, volví a casa en el cercano pueblo de Castile, pletórico de alegría, para hacer llamadas telefónicas y dormir antes de volver al hospital el día siguiente. Aquella noche, sin embargo, se desató una tormenta de nieve tan prolongada y profunda que la carretera que unía las dos poblaciones quedó cortada al tráfico, y Verna tuvo que pasar tres días y tres noches sin visitas, a solas en el hospital con su bebé.
Catherine Louise, su hermana, vino al mundo el 29 de septiembre de 1974 en el Chester-Crozier Medical Centre, cerca de Philadelphia, donde Verna trabajaba como enfermera. Allí sí pude presenciar el parto y durante las contracciones, mientras apretaba la mano de mi esposa, traté de distraerla evocando los bancos de narcisos que pueblan la orilla del Rydal Water, uno de nuestros lagos favoritos, celebrado por el poeta romántico William Wordsworth. Una experiencia inolvidable, y una alegría grande al contemplar a nuestra nueva hija, tan preciosa como la primera.
Entre contracción y contracción (lo confieso ahora con rubor) pasaba a una sala de estar para ver el desenlace de un partido de futbol americano que no me podía perder. Lo menciono no sólo para dar fe de mi frivolidad masculina en momentos de máxima trascendencia, sino para constatar las malas pasadas que puede jugar la memoria.
Guardo en la retina el final de aquel partido en el que mi equipo, los Philadelphia Eagles, acabaron perdiendo por 7-6 ante los St. Louis Cardinals. Resulta, sin embargo, que el día 29 de septiembre no se jugó el tal partido (lo he comprobado en la página web de la NFL), sino otro, contra Baltimore, que ganamos 30-10. Por ello, dependo de la excelente memoria de Verna para redactar estas líneas y las que siguen, que en toda lógica debería haber escrito ella, protagonista absoluta de aquellos acontecimientos, naturalmente.
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