James Roger Stuart vino el mundo el 10 de enero de 1978 en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid donde, de nuevo, no se me permitió asistir al nacimiento, así que armado con un par de libros por si se alargara el parto, me senté a esperar en otra sala anodina con paredes de color gris y poca luz (las cosas han mejorado mucho desde entonces), pero para mi sorpresa, no había leído más de unas pocas páginas cuando salió un sanitario con bata blanca para anunciar: «Enhorabuena. Es un chico». Cuando entré a ver a Verna con su nuevo bebé, me acordé de las palabras de Jesús: «La mujer, cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo que haya nacido un hombre en el mundo» (Jn. 16:21). Así es, al parecer: los dolores se olvidan por completo (porque si no, me dice Verna, no volverías a tener un niño en la vida), y si grande es el gozo de la madre, el del padre, os lo podéis imaginar.

Last but not least, decimos en inglés —el ultimo, pero no el menos importante—, nació John Richard David el 31 de julio de 1981 en Leamington Spa, ya que coincidió con nuestro curso de inglés de verano que tiene lugar cada año en la cercana ciudad de Warwick, dos días después de la boda de Carlos y Diana en la Catedral de San Pablo, recuerda Verna. Pude estar presente en el parto, para equilibrar la balanza, y en esta ocasión Verna estuvo en el hospital poco tiempo. Tardamos varios días en elegir el nombre, y al final escogimos tres. Para compensar, él se presenta siempre tan solo como Juan. El hecho de haber nacido nuestros hijos en cuatro localidades y en tres países diferentes tal vez sea indicativo de nuestra vocación internacional, y así se completó el número de nuestra familia directa, para nuestra alegría y satisfacción.

Por si fuese poco, los cuatro nos han dado siete nietos, seis chicos y una chica y, como cualquier abuelo o abuela confirmará, el deleite que produce la presencia de estos pequeños es incomparable, sin la responsabilidad de cuidarlos, alimentarlos y educarlos como sus padres, pero con la peculiar felicidad que proporciona una entrañable relación. A los hijos se les ve crecer de manera imperceptible; a los nietos no, ya que las distancias y el paso de tiempo hacen más marcados los cambios que experimentan. Verna pudo seguir de cerca el desarrollo de sus nuevos nietos, salvo el más reciente, que nació en Londres durante la pandemia, y solo pudimos conocerle pasado un año, y el rostro radiante de la abuela al comunicarse con su pequeño nieto por el iPhone era digno de ver.

Estos son algunos de los recuerdos de los acontecimientos que han conformado nuestra vida familiar. Y, ¿qué de nuestra propia memoria de cuando éramos muy pequeños? De ello hablaré en la próxima entrega.