Primeros recuerdos Las siete edades del hombre (6). Infancia.
por S. Stuart Park Valladolid, 07 de Julio de 2023
![Ampliar dibujo de Anna Kus Park](lib/img/fotografias/Blog_7Edades_006_300.jpg) |
Autobús típico de los años 50 |
Según las últimas investigaciones sobre el fascinante asunto de los primeros recuerdos de la infancia, estos pueden producirse a partir de los dos años y medio, si bien la edad media es de cuatro años y tres meses. En la mayoría de los casos, al parecer, los primeros recuerdos están relacionados con sucesos angustiosos o de temor, aunque no siempre, como resulta evidente. No recuerdo con exactitud con qué edad surgieron los míos propios, pero sí en qué consistieron.
Mis primeros recuerdos son de una casa adosada de ladrillo rojo en el número 20 de Argyll Road en Preston, frente a la planta de eliminación de residuos de la ciudad, que mi madre prefería llamar el Departamento de Saneamiento, y que ahora tiene un título aún más grandioso, la Dirección de Medio Ambiente de Lancashire.
Sólo tengo recuerdos fugaces de la casa de Argyll Road, aparte de su ubicación poco halagüeña. Recuerdo el susto que me llevé en la ‘Noche de las hogueras’ del 5 de noviembre, cuando un niño aproximó una bengala demasiado cerca de mi cara (el recuerdo angustioso de los investigadores), y recuerdo haber jugado en mi triciclo detrás de la casa imaginándome que estaba conduciendo un autobús de dos pisos, produciendo entre mis labios apretados el run-run correspondiente de su motor.
Deseosos de alejarse de las «oscuras fábricas satánicas» del poeta William Blake, en 1950 mis padres se mudaron al número 18 de Wheatsheaf Avenue, en Longridge, un pueblo situado a ocho millas de Preston en un cerro sobre el valle del río Ribble. Poco sabía entonces que Longridge tenía su lugar en la historia del país como nota a pie de página de la Guerra Civil Inglesa. La batalla de Preston de 1648 tuvo su inicio en Longridge, donde Cromwell se había detenido antes de enfrentarse a las fuerzas monárquicas de Escocia.
Lo más significativo para mí, sin embargo, fue el hecho de que el traslado requería ir y venir a Preston en autobús, y recuerdo haber subido corriendo las escaleras del autobús rojo de dos pisos para conseguir un buen asiento. Disfrutaba viendo cómo el interventor sacaba los billetes con un hábil giro de la manivela de su máquina expendedora, y me gustaba el sonido que hacía la carraca.
El único invierno que pasamos en Longridge cayó una copiosa nevada, y recuerdo cómo una bandada de estorninos descendió como una nube para limpiar la carcasa de un pollo asado que mis padres habían dejado para ellos sobre la superficie blanca del jardín. Me fascinaban los zuecos que llevaban tanto los niños como los adultos y aspiraba, sin éxito, a que mis padres me comprasen un par.
Un incidente embarazoso ha quedado grabado en mi memoria. Una tarde, mi madre vio por la ventana que se acercaba una señora por cuya tediosa conversación tenía poca paciencia. Al cabo de un rato, mi madre se fue a la cocina para preparar el té. La seguí y me dijo en voz baja: «¿Cuándo se va a ir?». Volví al salón y le transmití su mensaje: «Mi madre quiere saber cuándo te vas a ir».
Y será mejor dejar mis primeros recuerdos, de momento, allí.
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