Un niño hermoso Las siete edades del hombre (8). Infancia.
por S. Stuart Park Valladolid, 21 de Julio de 2023
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A orillas del Nilo |
Las pequeñas historias que he contado hasta aquí, importantes para nosotros como son, sucedieron en un tiempo ciertamente afortunado si se compara con otras épocas de la Historia o con las circunstancias de otros países del mundo, y estoy seguro de que no difieren esencialmente de las de muchos de mis amables lectores.
En la Biblia destacan tres nacimientos que sí tuvieron lugar en tiempos recios, y de ellos hablaré a continuación. La primera historia se remonta a los años de opresión que el pueblo de Israel padeció en Egipto, donde vivieron como esclavos bajo la mano dura de Faraón. La población se multiplicaba, sin embargo, y cuanto más eran maltratados, más crecían «de manera que los egipcios temían a los hijos de Israel» (Éxodo 1:12). En consecuencia, Faraón mandó echar al río a todo hijo varón que naciera. En tales circunstancias vino al mundo uno de los hombres más importantes de la Historia, Moisés, así llamado porque «del agua fue sacado».
Pocas historias han cautivado la imaginación de las generaciones posteriores como la del pequeño Moisés, preservado como otros niños recién nacidos por las parteras hebreas que «temieron a Dios» y no hicieron caso al mandamiento del rey. El autor de Éxodo nombra a dos de ellas, Sifra y Fúa, un hecho llamativo ya que las pirámides y monumentos de Egipto no reciben mención alguna, mientras que aquellas valientes mujeres ocupan un lugar de honor en el texto sagrado. La historia comienza así:
«Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses». Es difícil no sonreír al leer estas líneas ya que, ¿qué padres no piensan que su nuevo vástago es el más hermoso del mundo? La expresión esconde un drama, sin embargo, difícil de imaginar.
Después de esconderle durante tres meses y «no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río». El desenlace es digno de una novela de suspense: una hermana suya se puso a lo lejos para ver lo que sucedería, la hija de Faraón bajó al río para lavarse, vio la arquilla y envió una criada suya para rescatarla, y «cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él dijo: De los niños de los hebreos es este».
La sagaz hermana se ofreció a buscar una nodriza para el pequeño y, ni corta ni perezosa, fue a buscar a la madre del niño, que recibió este encargo de la hija de Faraón: «Llévame este niño y críamelo, y yo te lo pagaré». Cuando el niño creció lo llevó a la hija de Faraón que lo prohijó, y así entró Moisés en la corte de Faraón, con consecuencias de importancia incalculable para la historia del mundo.
Fiel a la costumbre de los narradores hebreos, el autor no exterioriza las emociones de los padres de Moisés. No hace falta: la compasión de la princesa al oír el llanto del niño lo dice todo.
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