La Natividad Las siete edades del hombre (10). Infancia.
por S. Stuart Park Valladolid, 04 de Agosto de 2023
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Los montes de Judea |
La historia del nacimiento de Jesús es singularmente hermosa, y ha inspirado a millones de hombres, mujeres y niños en todo el mundo. La Anunciación y el Magníficat, la visita de María a su prima Elisabet en los montes de Judea, la aparición de los ángeles a los pastores que guardaban sus rebaños en las vigilias de la noche cerca de Belén, la llegada de los Magos de Oriente con presentes para el Niño, son escenas inolvidables que conforman la historia más bella jamás contada.
Los protagonistas de la historia navideña no eran ingenuos: la reacción de José ante la noticia del embarazo de María pone de manifiesto la crisis que supuso para él, y quiso separarse de María en secreto. La Natividad contiene escenas altamente poéticas, pero ancladas en el mundo de los fenómenos, ajeno al embellecimiento folklórico. Los ángeles aparecieron a unos humildes pastores, y el Mesías largamente esperado nació en un pesebre al no haber albergue en Belén.
La encarnación del Hijo de Dios es un misterio, y para ponerlo en perspectiva, conviene recordar las palabras del filósofo José Ortega y Gasset, intelectual agnóstico que discernía con nitidez el carácter único del cristianismo en contraste con la mitología pagana:
«Los dioses griegos no son más que supremos dioses cósmicos, cimas de la realidad externa, supremas potencias naturales. En una pirámide la cúspide domina toda la pirámide, pero a la vez pertenece a ella. Así, los dioses de la religión griega están sobre el mundo, pero forman parte de él y son su fina flor. El dios del río y del bosque, el dios cereal y el del rayo son la espuma divina de estas realidades intramundanas. El mismo Dios hebreo anda con el rayo y el trueno. Pero el Dios del cristianismo nada tiene que ver con el rayo, ni el trigo, ni el trueno. Es un Dios de verdad trascendente, cuyo modo de ser es incomparable con el de ninguna realidad cósmica. Nada de él, ni la punta de sus pies, cala en este mundo, no es ni siquiera tangente al mundo. Por esta razón es para el cristiano misterio sumo la encarnación. Que un Dios rigurosamente inconmensurable con el mundo se inscriba en él un momento ̶ «y habite entre nosotros» ̶ es la máxima paradoja» (¿Qué es filosofía? ).
«Nada de él, ni la punta de sus pies, cala en este mundo, no es ni siquiera tangente al mundo». Más claramente no se puede decir, pero en aquel pesebre los pies de un niño fueron arropados amorosamente por su madre, pies que pisarían los polvorientos caminos de Palestina y serían clavados, un día, en cruz cruel.
Ningún evento en la Historia es comparable con el nacimiento de Jesús en Belén; y así comenzó una vida que colmaría las expectativas de un mundo anhelante de justicia y verdad, y pondría de manifiesto la perversidad de una Humanidad hostil, la nuestra, para traernos salvación.
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