por S. Stuart Park
Tener la mente de un niño no es lo mismo que tener una mentalidad infantil. En un célebre pasaje sobre el empleo de los dones espirituales en la iglesia (1 Corintios 12-14), el apóstol Pablo criticó el ejercicio de los dones para beneficio propio sin tener en cuenta la edificación de los demás:
«Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia» (14:12).
El afán de Pablo siempre fue la edificación de los demás, y por ello era extremadamente sensible hacia la relación de la iglesia con el mundo exterior. Por ello, la cacofonía coral de oraciones en lenguas inentendibles solo supondría un estorbo para quienes no conocían el evangelio. El interés por los dones más llamativos (la glosolalia) debía ceder, por tanto, ante la necesidad de respetar la inteligencia de los oyentes. La preocupación de Pablo, por tanto, es doble: por un lado, la edificación de la iglesia, y por otro, la comunicación del evangelio a quienes no tenían fe:
«Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?» (14:23).
Por experiencia propia entiendo perfectamente lo que el apóstol quería decir, aunque el empleo de un lenguaje entendible pero excesivamente piadoso o envuelto en términos religiosos puede dificultar o impedir igualmente la comunicación de la fe. Por ello, Pablo apela al sentido común que nos ha dado el «Padre de las luces», un don imprescindible para asegurar una conducta adecuada dentro y fuera de la iglesia:
«Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar» (14:20).
Aun así, nuestro conocimiento, en el mejor de los casos, es parcial, y nunca debemos hacer alarde de una fe que es concedida no como mérito, sino por gracia. Por ello, la regla de oro se encuentra en el amor maduro, no en la autosatisfacción infantil:
«El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (13:9-13).
La etapa infantil cede el paso a la madurez, en espera del día en que nuestras limitaciones e imperfecciones sean disipadas, al otro lado de la vida, en la misma presencia de Dios.