por S. Stuart Park
Dejamos a Ana llevando al Templo las pequeñas prendas que hacía para Samuel sin saber que un día sería un profeta grande en medio de su pueblo. Algo de su futuro había intuido, tal vez, como indica su célebre cántico de alabanza por el nacimiento del hijo largamente esperado:
Mi corazón se regocija en Jehová,
Mi poder se exalta en Jehová;
Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos,
Por cuanto me alegré en tu salvación.
No hay santo como Jehová;
Porque no hay ninguno fuera de ti,
Y no hay refugio como el Dios nuestro.
(…)
Jehová empobrece, y él enriquece;
Abate, y enaltece.
Él levanta del polvo al pobre,
Y del muladar exalta al menesteroso,
Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor.
(…)
Jehová juzgará los confines de la tierra,
Dará poder a su Rey,
Y exaltará el poderío de su Ungido.
(1 S, 2;1-2, 7-8, 10).
La alegría que siente Ana trasciende el nacimiento de Samuel claro está, y su inspirado cántico presagia en la lejanía la venida de Cristo al mundo. No es extraño, pues, que su oración serviría de modelo para el Magníficat de María, la Virgen Madre de Jesús.
El pequeño Samuel crecía, mientras tanto, y siendo un niño todavía, oyó la voz de Dios que le llamaba por su nombre mientras dormía en el Templo. Samuel, creyendo que le llamaba Elí fue a despertar una y otra vez al sacerdote para conocer su voluntad. Tras la tercera visita Elí concluyó que era el Señor quien llamaba a Samuel, y le mandó estar atento y responder a la voz divina así: «Habla, porque tu siervo oye» (3:10). El niño obedeció, y andando el tiempo «todo Israel, de Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová» (3:19).
El lugar prominente de Samuel en la historia bíblica ha quedado consagrado por un evento trascendental que el profeta protagonizó muchos años después, cuando fue enviado por Dios para ungir en secreto a David, hijo de Isaí, en sustitución del primer monarca Saúl, una misión comprometida que, de haberse sabido habría provocado la ira de aquel paranoico rey.
Gracias a la valentía de Samuel entró en escena David, uno de los hombres más importantes de la Historia, y de él hablaremos en la próxima entrega.