por S. Stuart Park
El viejo Samuel fue enviado a la casa de Isaí en Belén con aceite de olivo para ungir en secreto al futuro rey, y mandó venir ante sí a todos sus hijos, comenzando con Eliab, el mayor:
«Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. Entonces llamó Isaí a Abinadab, y lo hizo pasar delante de Samuel, el cual dijo: Tampoco a este ha escogido Jehová. Hizo luego pasar Isaí a Sama. Y él dijo: Tampoco a este ha elegido Jehová. E hizo pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a estos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque este es. Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá» (1 S. 16:6-13).
David tendría entre ocho y quince años a la sazón, según se ha calculado, una elección inesperada a los ojos de Samuel, pero no a los ojos de Dios. No deja de ser paradójico que el joven David, «rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer», no fue elegido por su evidente atractivo, sino por ser «un hombre conforme al corazón de Dios» (1 S. 13:14; Hechos 13:22). Sobre el rey David tendremos ocasión de hablar más adelante, pero antes de dejar al atractivo joven que guardaba los rebaños de su padre, contaré una pequeña anécdota que me trajo sosiego en tiempos de dificultad.
En 1969 después de unas jornadas agotadoras realizando la traducción simultánea de los (extensos) mensajes de Bakht Singh (1903-2000) un conocido evangelista y autor que nos visitó en Madrid desde la India, caí en una severa depresión, como he contado en más de una ocasión, Mientras leía un libro suyo al atardecer en mi habitación (sobre la figura de David, precisamente), algo se rompió dentro de mí precipitando meses de angustia y desazón.
Unos días después de su visita llegó una de esas finas cartas azules que antes se utilizaban para correspondencia internacional, con remite del propio Bakht Singh. No recuerdo el contenido de la carta salvo la cita de un texto al final, el Salmo 89:20-21:
Hallé a David mi siervo;
Lo ungí con mi santa unción.
Mi mano estará siempre con él,
Mi brazo también lo fortalecerá.
La cita me hizo mucho bien, y desde entonces la he guardado como una promesa y una garantía.