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LAS SIETE EDADES DEL HOMBRE      

      ADOLESCENCIA
            Las siete edades del hombre (18)

por S. Stuart Park

    Valladolid, 29 de Septiembre de 2023

Preston Grammar School
 

A los doce años ahí me tienes, querida lectora, querido lector, en el primer curso de mi nuevo colegio, el Preston Grammar School, con pantalón largo, gorra con visera y mochila nueva para iniciar la siguiente etapa de mi vida, tan falto de desarrollo físico como huérfano de sabiduría. (En los partidos de rugby me colocaban de talonador por mi pequeña estatura y aún recuerdo la sensación de aplastamiento cuando veo las melés por televisión en los partidos de Seis Naciones).

Trato de recordar, sin éxito, lo que aprendí en matemáticas o física, geografía o historia, manualidades o música, y solo las clases de francés, español y latín me han servido de algo desde entonces. Sí recuerdo, en cambio, a muchos de los docentes. Mr. Barber, el profesor de matemáticas, un hombre bajito y calvo que no sonreía y hablaba siempre en voz baja, inculcó en nosotros un respeto difícil de explicar. «No se habla en mi clase» decía al entrar en el aula por primera vez, y nadie se atrevió a abrir la boca en su presencia sin ser preguntado. (Por sus iniciales, BB, le llamábamos Brigitte Bardot,).

El profesor de latín era un hombre igualmente bajito y calvo pero afable y tal vez por ello incapaz de controlar la clase. Se quejaba constantemente de nuestro bajo nivel y contrastaba nuestros lentos progresos con los logros de anteriores generaciones de pupilos, que ya leían a Cicerón, decía, antes de Navidad. Tenía dentadura postiza y silbaba cuando pronunciaba las eses. Cuando invitaba a leer a un compañero llamado Sissons, toda la clase coreaba las sibilantes entre dientes para enojo de Mr. Jones (a quien llamábamos Titus, con énfasis en la ese final). Qué ingrata vocación la suya, cercano a la jubilación al igual que Mr. Barber, que esperaban con ansia, sin duda.

La disciplina que se repartía era contundente sin ser excesivamente dura. Mr. Woodall, el profesor de francés, de porte militar y zapatos que brillaban como el vidrio, usaba una regla de acero para impartir justicia, a diferencia de Mr. Frear, el profesor de inglés, que se servía de un cinturón de cuero. El profesor de arte, a quien llamábamos Adolph por motivos obvios usaba una zapatilla de goma, que resonaba mucho pero no era muy eficaz. Mención aparte se merece el director, Mr. B.J. Moody, un hombre temible que nos consideraba bastante incultos, y evitábamos todo contacto con él.

Con quien me llevaba mejor era con Mr. Foreman (Carrots le llamábamos, porque su pelo era del color de una zanahoria), que provocó en mí un interés duradero por España. Contaba anécdotas fascinantes acerca de las costumbres de aquel exótico país, que describía con todo lujo de detalles: el chocolate con churros, las corridas de toros, los patios y balcones de Granada y Sevilla, etc. Había trabajado en el MI6 durante la Segunda Guerra Mundial, según decía, y cuando no teníamos ganas de estudiar le preguntábamos por el papel determinante que había desempeñado en la derrota final de Hitler. Murió hace no mucho a los 99 años, un hecho que me tranquilizó ya que creo que precipitamos el deceso del pobre Mr. Jones poco después de su jubilación.


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