Mesías Las siete edades del hombre (20). Adolescencia
por S. Stuart Park Valladolid, 13 de Octubre de 2023
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Emisión radiofónica |
Desde aquella primera experiencia escolar he podido asistir a otras obras del Bardo en Stratford, y en tiempos recientes he vuelto a leer las grandes obras de Shakespeare entre ellas Hamlet, que con la distancia de más de seis décadas ahora produce un disfrute imposible en la etapa de la adolescencia, por el asombro que inspira su manejo del lenguaje. Lo mismo ocurre con el Quijote cervantino, que cuanto más tardíamente se lea mejor, y no sé si es contraproducente hacerlo leer en los colegios, o no.
Algo parecido ha sucedido con el Mesías de Händel, una obra imprescindible que si oigo en la lejanía de la cocina un fragmento en la radio dejo lo que estoy haciendo y voy corriendo (es un decir) para disfrutar de los maravillosos Aires o Coros que forman parte de mi mundo interior. No siempre fue así.
Uno de los recuerdos que guardo de mi niñez y adolescencia en Preston es el de mi padre sentado en su sillón mientras escuchaba absorto el Mesías, transmitido por la BBC en el concierto tradicional celebrado anualmente en vísperas de Navidad. Mis hermanos y yo no nos atrevíamos a molestarle durante las más de dos horas de duración del programa, y si a la sazón no era capaz de entender lo que significaba para él, ahora sí lo entiendo.
Lo cierto es que, si bien la música del Mesías es archiconocida y muchos de sus grandes Coros como el ‘Aleluya’ forman parte del acervo común de oyentes en todo el mundo, no tan apreciado es el hecho de que la concatenación de textos bíblicos que forman el libreto, en su conjunto presentan una visión magistral del evangelio de Cristo.
No deja de sorprender el hecho de que alrededor del sesenta por ciento de los textos de Mesías son tomados del Antiguo Testamento, lo que atestigua la profunda comprensión cristológica de Charles Jennens, el libretista que concibió el Oratorio como una presentación fehaciente de las credenciales del Mesías como Hijo de Dios y Redentor. El interés de Jennens estribaba en identificar las palabras de los profetas con la persona de Jesús, mencionado a lo largo del Oratorio bajo los nombres de Emanuel, Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, Pastor, Rey, Redentor, Señor y Salvador.
¿Es legítimo aplicar los textos del Antiguo Testamento a la persona de Jesús? ¿Es justificable convertir la confesión de fe de Job con la que comienza la Tercera Parte de Mesías, en una confesión de fe en Cristo? Es legítimo y justificable, y en defensa de esta crucial cuestión he dedicado gran parte de mi propia producción literaria.
Termino este recuerdo de mi padre escuchando con sus ojos cerrados en el sillón, con el curioso testimonio de un afamado crítico musical que se declaraba ateo. Hacia el final de sus días confesó que si pudiera afirmar: «Yo sé que mi Redentor vive», (la mencionada confesión de fe de Job) sería porque inicia la Tercera Parte del Mesías y no porque lo haya dicho un clérigo.
Le entiendo perfectamente, aunque no sabría explicar por qué.
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