por S. Stuart Park
En marzo de 2017 disfrutamos de un crucero por el Nilo invitados por Peter y Colette Wales, nuestros amigos de hace más de cincuenta años, y la huella dejada por los diez días que pasamos con ellos en Egipto ha sido profunda. Quedará grabada en nuestra retina para siempre la imagen del gran río, resplandeciente a primera luz del día, en su majestuoso curso hacia el mar. ‘El padre de Egipto’ lo llaman, y sin el Nilo aquel maravilloso país sería un desierto.
Al contemplar los monumentos milenarios que han cautivado la imaginación de exploradores y arqueólogos, historiadores y artistas, invasores y turistas a lo largo de los tiempos, vino a la mente el recuerdo de José, hijo del patriarca Jacob, cuya estancia en Egipto dio lugar a una de las historias más brillantes y emotivas de la literatura universal (Génesis 37-50).
Fiel al concepto de economía verbal que caracteriza a los narradores bíblicos, el autor de Génesis se centra en una sola familia, la de Jacob, y dentro de aquella insignificante familia, en José, el favorito de su padre, cuyos sueños precipitaron una de las historias más trascendentales de la Historia. José tenía diecisiete años cuando contó sus sueños a sus hermanos, lo que le granjeó el odio profundo de ellos. Los antecedentes no fueron muy halagüeños:
«Esta es la historia de la familia de Jacob: José, siendo de edad de diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos; y el joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, mujeres de su padre; e informaba José a su padre la mala fama de ellos. Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente. Y soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerle más todavía» (Gn. 37:1-5).
El episodio nos invita a valorar el comportamiento de José en el seno de la familia. ¿Hizo bien en delatar la mala conducta de sus hermanos, y contarles a ellos sus sueños de grandeza? No nos toca juzgar —no lo hace el narrador—, pero la consecuencia fue dramática: dio lugar a la conspiración de los hermanos contra él y la venta de José para Egipto.
Sea como fuere, en Egipto José sufrió injusticia, adquirió sabiduría y aprendió mesura y equidad. Cuando por fin se produjo el reencuentro con sus hermanos José evidenció una magnanimidad, compasión y fe que reflejan los valores de Cristo, protagonista lejano de aquella historia, ya que el exilio forzoso de la familia de Jesús daría cumplimiento a una profecía antigua: «De Egipto llamé a mi hijo» (Oseas 11:1; Mateo 2:15), en alusión a la historia de José. (Ver mi libro:
De Egipto llamé a mi hijo).
De este modo, un inexperto adolescente desconocido llegó a gobernar sobre todo Egipto, y administrar los bienes del mundo.