Jesús en Nazaret
Las siete edades del hombre (31). Juventud.
por S. Stuart Park Valladolid, 29 de Diciembre de 2023
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Pájaros volando |
¿Cómo se comportó Jesús entre los suyos en los años de su juventud? Aparte del episodio en el Templo, los evangelistas no ofrecen más información sobre su vida hasta cumplir los treinta años. Pensamos que no hizo alarde alguno de la relación que le unía al Padre en cuyos negocios le era necesario estar. Estamos seguros de que no hubo prepotencia alguna ni soberbia en su trato con los suyos. No consta que provocase la envidia de nadie, ni que se granjeara la enemistad de sus semejantes. La amabilidad de Jesús, pensamos, la pericia de sus manos, la modestia y la lealtad formaban parte desde siempre de su ser y estar en el mundo.
El joven Jesús, consciente de su filiación divina, no lo era menos del respeto que debía a sus padres humanos, y tras el incidente en el Templo «descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos». Iniciado ya su ministerio público Jesús declaró: «No busco mi gloria» (Jn 8:50), y este espíritu le acompañó a lo largo de su vida.
La preparación de Jesús para su ministerio terrenal transcurrió en un ambiente de tranquilidad, a diferencia de otros jóvenes destacados como José, David o Daniel. Fue un tiempo necesario de reflexión, de conocimiento de la Escritura, y de observación del comportamiento humano en su entorno social, y del mundo natural en su Palestina natal.
Las parábolas de Jesús, su modo predilecto de enseñanza, evidencian la envergadura de su visión. Observó las aves del cielo y admiró las flores del campo. Conoció la necesidad de la solidez arquitectónica frente a la crecida de los ríos o el viento. Estudió las artes de la producción vitivinícola, la siembra y la siega, la ganadería ovina y bovina, la presencia del lobo que acechaba el rebaño, y la astucia del zorro que amenazaba las gallinas del corral.
Supo también de la reclamación de la viuda frente a un juez injusto, la ansiedad de un ama de casa cuando extravió una moneda en el hogar, y oyó de los pleitos entre hermanos que discutían por una herencia. Escucharía historias de atracadores en los caminos, de ladrones en las casas, de usureros y corruptos cobradores de impuestos, de buscadores de tesoro y de mercaderes de perlas.
Jesús era amante de la belleza: para él la hermosura de los lirios del campo sobrepasaba en esplendor la gloria del mismo Salomón. Conocía el atractivo de las mujeres y era consciente de la lucha de los hombres en el área de la sexualidad. No nos atrevemos a especular sobre la intimidad del Hijo del Hombre, que fue «tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (He. 4:15) y no sabemos si hizo suya la confesión del patriarca antiguo: «Hice pacto con mis ojos» (Job 31:1).
Sí sabemos que en el bautismo de Jesús en el Jordán el Espíritu descendió como una paloma sobre un hombre de corazón puro y de paz, y se oyó una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:17).
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