por S. Stuart Park
El escritor y traductor mallorquín Cristóbal Serra, en su singular estudio
Apocalipsis (Ediciones Siruela, 2003), no siendo teólogo profesional ni experto en la lengua original, justifica ante el lector su «temeraria empresa» con palabras que,
mutatis mutandis, suscribo plenamente:
«Este itinerario del Apocalipsis que pongo en manos del lector no pretende ser fruto de la erudición. No soy hebraísta, no estoy versado en la lengua helénica y títulos no tengo de escriturario. (…) Declaro mi ignorancia sobre ciertos pormenores (a los que dejo de lado), y sé que tengo que vérmelas con un texto difícil, al que nadie jamás pudo descifrar enteramente.
Es siempre un riesgo comentar un libro y más si éste es el Apocalipsis, que ha tenido tantos intérpretes como lectores. Si hallo alguna excusa a mi temeraria empresa, es el propósito que me anima de ayudar al lector no avezado que desee acompañarme en ese recorrido.
Hechas estas salvedades tengo que decir que no es mi propósito convencer a nadie, para eso están los apologistas. Pero quién sabe si sonarán a apologética ciertos conceptos que aquí deslizo.
Si me atrevo a vérmelas con tan arduo texto es porque quien menos titulado está muchas veces saca de apuros a quien sobran títulos. Sucede a menudo que dos alumnos aciertan a resolver las dificultades que el maestro no superó.
Cansados estamos de ver maestros que, en vez de evacuar la consulta, abruman con una información innecesaria, callándose la explicación que les requeríamos. Estoy convencido de que quien está sumido en un mar de dificultades ve a veces mucho menos que quien no tiene turbada la vista por ninguna ola gigante.
En este itinerario, pues, escribo como el simple aficionado que, habiendo cobrado afición al Apocalipsis, quiere reducir las dificultades del intrépido lector».
Confieso que su valoración de quienes «abruman con una información innecesaria» es algo que en estas modestas páginas a toda costa intentamos evitar.
El autor canadiense Eugene Edwards (
The Inward Journey, Tyndale, 1992), poco tiempo después de su conversión manifestó, a propósito de otro texto bíblico, la Epístola a los Gálatas, su desazón al adentrarse en el mundo de la erudición en busca de ayuda:
«Ordené cuánto libro se había impreso al respecto. Luego puse manos a la obra. Pero aquellos libros eran o más áridos que el Sinaí, más muertos que Adán (…) o tan incomprensibles como la teoría de la relatividad de Einstein».
Aspiramos a no aburrir a nuestros lectores, que no es poco.