por S. Stuart Park
Se supone que la edad madura está caracterizada por el ejercicio del sentido común, ausente no pocas veces en la etapa juvenil (el menos común de los sentidos, como se suele decir), y en el mundo de las letras no menos que en el de la espiritualidad una buena dosis de sensatez sería de desear.
El sociólogo y escritor francés Jacques Ellul en su defensa de la palabra hablada frente a la idolatría de la técnica y el triunfo de la imagen (
La palabra humillada), afirmó que no escribía para definir el lenguaje «recurriendo a códigos, significantes, sintagmas, semióticas, semiologías…», sino desde «el sentido común», y añadió:
«No pretendo hacer avanzar la ciencia. Como en todos mis escritos, sólo quiero plantarme ante el mundo en el que vivo, comprenderlo y compararlo con otra realidad de la que vivo también y que no es, en modo alguno, verificable. Me coloco a nivel de la simple experiencia cotidiana. Avanzo sin armas críticas. Soy un hombre corriente y digo lo que vive cualquier humano. No pretendo hacer Ciencia. Experimento, escucho, miro».
Sin pretensión alguna de poseer ni de lejos los conocimientos intelectuales de Jacques Ellul, me uno a su reflexión, y desde estas modestas líneas me identifico con su deseo de comprender el mundo y compararlo con otra realidad de la que vivo, la bíblica, sin alardes ni alharacas, con sencillez y, si fuera posible, con sentido común. En mis escritos rehúyo un lenguaje excesivamente técnico y trato de evitar expresiones arcanas que tienen poca cabida en nuestra mentalidad contemporánea. Huyo asimismo de un lenguaje excesivamente espiritual, no hablo desde una altura moral superior, ni pretendo poseer un conocimiento privilegiado, sino procuro transmitir la esencia de la fe cristiana de manera llana y asequible a cualquier lectora o lector.
El lenguaje bíblico se nutre de imágenes tomadas del mundo real y se identifica con la vida humana en su cotidianidad. El ejemplo máximo de esta manera de universalizar la otra realidad, la espiritual, lo encontramos en el empleo de las parábolas en la enseñanza de Jesús, donde los misterios del reino de los cielos se hacen comprensibles a través del sembrador de semillas, el buscador de la oveja perdida o la viuda que importuna a un injusto juez.
No se trata de la simple repetición de historias, por tanto, sino de lo que José Jiménez Lozano llamaba «caminar dentro de la Biblia», para no solo leerla desde fuera de manera aséptica sino buscar en ella el sentido cristológico que constituye su máxima gloria y su última finalidad.
La realidad espiritual que transmite la Biblia no es «verificable», en expresión de Jacques Ellul, pero apela a la conciencia y hace arder el corazón. Nos permite atravesar las crisis de la vida y sobrevivir a sus duros embates gracias a la sencillez de sus historias y el ejemplo de los hombres y mujeres que pueblan sus páginas, si las leemos con atención, y con sentido común.