por S. Stuart Park
Comenzamos nuestro recorrido por las siete edades del hombre siguiendo el guion de quien es universalmente considerado como el mayor dramaturgo de todos los tiempos, William Shakespeare, con su concepción del mundo como un escenario donde todos los hombres y mujeres son meros actores que desempeñan varios papeles con sus entradas y sus salidas, cuya vida es un cuento que no significa nada, que terminan despojados de toda dignidad humana y están condenados al olvido.
¿Tiene razón? Le responderé a través de otro amigo de quien guardo un vivo recuerdo, un Premio Cervantes que no se consideraba poeta, marginado por sectores de la crítica, que escribió un breve poema que cuestiona radicalmente el planteamiento de Shakespeare. Se titula ‘Primera hora de Pascua’:
El frío del mundo se alzaba en el camino,
con sus afilados dientecillos, sus enrojecidas
orejas de nocturno vigilante. Tres mujeres
iban apresuradas e inquietas
al jardín donde la tumba estaba, y preguntaban:
«¿Quién nos moverá la piedra de ella?», decían.
Y «¿Dónde le habéis puesto, dónde?».
Derramada estaba el agua de los cántaros,
derramada la arenilla del reloj, el fanal roto
del tiempo. Destrucción y muerte, nadie.
Mas ya relucía la estrella matutina,
y el jardinero estaba esperando.
En
‘Primera hora de Pascua’ José Jiménez Lozano evoca la soledad de aquel jardín y las mujeres que iban en medio de la oscuridad para embalsamar el cuerpo muerto de su amado Maestro y Señor. Todo era tristeza y desolación. La tumba estaba vacía y, al parecer, no había nadie allí.
«Mas ya relucía la estrella matutina, / y el jardinero estaba esperando».
En 2011 escribí
El lucero de la mañana. La tumba vacía de Jesús, un pequeño libro en el que recordé el frío anochecer de un día del mes de noviembre en el año 1965 cuando, sentado a mi mesa de trabajo en una pequeña habitación alquilada en las afueras de Cambridge, comencé a leer el libro
¿Quién removió la piedra? de Frank Morison, que contesta la pregunta de aquellas tres mujeres de antaño.
Terminé la lectura hacia las tres de la madrugada con la sensación de haber presenciado el evento más importante de la Historia y con la convicción íntima de que Jesús era el Hijo de Dios y el Salvador del mundo. Dicha sensación no me ha abandonado nunca, y con la Resurrección de Cristo pondremos fin a nuestra reflexión sobre las siete edades del hombre.