por S. Stuart Park
El 10 de marzo de 2020 José Jiménez Lozano, Premio Cervantes, Premio Nacional de las Letras Españolas entre otros muchos galardones, recibió sepultura en el pequeño pueblo vallisoletano de Alcazarén donde vivió, nombre de origen árabe,
al-qasrayn, que significa ‘los dos alcázares’, que cuenta con dos iglesias románico-mudéjares que datan del siglo XIII, un lugar idóneo para un amante de la historia, la cultura y la soledad.
¿Cómo caracterizar la personalidad de don José? Él mismo dejó escrito el autorretrato perfecto:
Pero todo ha sido,
todo me ha conformado como soy:
libre y terco, algo melancólico,
recordador, escéptico y amador de la vida
que corre tan a prisa.
Un hombre de pequeña estatura que vivió en el pueblo junto con su esposa Dora lejos del mundanal ruido y de la fama que suele acompañar a los escritores de renombre, era un intelectual de vasta cultura que veía más allá del horizonte, ciertamente ancho, de su amada Castilla, y vislumbraba el cielo. Para don José –así le he llamado siempre– las aves del cielo eran símbolos entrañables de aquel reino invisible, y estos dos elementos, el espiritual y el ornitológico, eran los que nos unieron en una amistad de casi treinta años.
Allá por el año 1992 nos reunimos por primera vez para tomar café en el Lion d’Or en la Plaza Mayor de Valladolid, donde descubrimos intereses en común: los pájaros, la poesía y la Biblia. Así comenzó una amistad que ha significado mucho para mí, y no olvidaré los cafés en Valladolid, los almuerzos en Olmedo, y todas las «charletas» que pudimos disfrutar a lo largo de los años en su casa, amén de la correspondencia escrita que guardo como oro en paño.
En 2009 escribí
Las hijas del canto en homenaje al poeta, y don José prologó el libro. Leía todos mis libros y los comentaba con generosidad. Uno de los encomios más hermosos que he recibido fue suyo:
«Ud. camina dentro de la Biblia y nos muestra lo que ve y que por sí solo el lector no vería». Don José amaba la Escritura, y la conocía como pocos.
La presencia de la Biblia no es frecuente en las letras españolas, y la línea bíblica que viene de San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y Fray Luis de León, y pasa por Miguel de Unamuno siglos después, recaló poderosamente en el escritor abulense que tuve el privilegio de conocer.
El recuerdo de su amistad perdurará: el brillo de sus ojos, su agudo sentido del humor, las conversaciones acerca de la Biblia, y su afabilidad. Un hombre celoso de guardar en sus adentros su propia intimidad, era al mismo tiempo acogedor y hospitalario, y muchas son las personas que se acercaron a Alcazarén para hablar con él.
Considero un privilegio haberle podido conocer, y nunca le olvidaré.